La mañana de este jueves, en la Normal Rural de Ayotzinapa, un silencio extraño acompañó las palabras de Vidulfo Rosales Sierra. El abogado guerrerense, que por casi once años se convirtió en la voz de los padres y madres de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, comunicó que dejaba su representación legal. La noticia cayó como un balde de agua fría para quienes lo habían considerado un miembro más de la familia en esta larga lucha.
Rosales no solo se apartó del caso Ayotzinapa. También renunció al Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, la organización con la que trabajó 24 años y desde la que impulsó causas indígenas, campesinas y comunitarias en Guerrero. La carta con la que anunció su salida, fechada el 19 de agosto, está marcada por el tono de un hombre que se despide sin abandonar sus convicciones.
“Me retiro de la primera línea de la lucha social con la frente en alto, con la seguridad de haber puesto un grano de arena en la pelea de nuestros pueblos”, escribió. En el mismo texto reconoció a Tlachinollan como la casa que lo formó como abogado y defensor.
En medios políticos y judiciales se especula sobre su posible incorporación al equipo del ministro indígena electo de la Suprema Corte, Hugo Aguilar Ortiz. Aunque él mismo ha negado que exista un acuerdo cerrado, no es secreto que ambos mantienen una relación cercana desde hace años. Se les ha visto juntos en reuniones recientes y comparten una agenda de defensa de los derechos indígenas.
Su salida no ocurre en cualquier momento. Los padres de los 43 están por reunirse de nuevo con la presidenta Claudia Sheinbaum, en un contexto donde persisten dudas sobre la profundidad de las investigaciones. Rosales había advertido en julio que el gobierno corría el riesgo de regresar a la versión oficial del sexenio de Peña Nieto, aquella que afirmaba que los estudiantes fueron incinerados en Cocula.
El abogado de Totomixtlahuaca, nacido en 1976, ha sido una figura incómoda para gobiernos estatales y federales. Desde sus primeros años en Tlachinollan denunció abusos del Ejército contra mujeres indígenas, defendió a comunidades despojadas de sus tierras y litigó contra megaproyectos que vulneraban a campesinos. Su labor lo puso en la mira de autoridades, que lo amenazaron y hostigaron en distintas ocasiones.
La defensa del caso Ayotzinapa fue, sin embargo, la etapa que lo catapultó como un referente nacional. En cada aniversario, en cada protesta, su voz acompañaba a los padres para exigir justicia. Para muchos, Rosales se convirtió en parte del rostro colectivo de la indignación.
Ahora, al retirarse, deja un vacío difícil de llenar. Los familiares reconocieron su entrega y expresaron tristeza, aunque también respeto por su decisión. “Siempre voy a estar con ustedes”, les dijo. Lo cierto es que, aunque cambie de trinchera, su historia está ligada para siempre a la de los 43.