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Rockanrolario | Se doblan, pero no se rompen

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Roberto Cortez Zárate

Hay cuerpos que avisan, que gritan desde dentro. Hay voces que callan un momento, no por rendición, sino por cuidado. En medio de las luces del escenario y el eco de los aplausos, algunos de nuestros músicos han tenido que detener el paso, aferrarse a la vida con el mismo ímpetu con que un día se aferraron a una guitarra o a un verso. No están solos. No se rompen.

Dr. Shenka reapareció en un video esta semana, sentado, tranquilo, con un bastón entre las manos. “Me siento muchísimo mejor”, dijo, tras un preinfarto que lo sacó del escenario en junio pasado. La gira XXX Generación del 95 de Panteón Rococó fue reconfigurada con respeto, sin abandonar la fiesta, pero reconociendo que la salud marca ahora el ritmo. Las nuevas fechas se empujaron hasta 2026, con la promesa de regresar, sí, pero sin traicionar la pausa necesaria. Shenka no dramatiza. Agradece, informa, se compromete. Se cuida, y eso también es un acto de amor a su público.

No hay épica en su bastón, pero sí una dignidad que conmueve. No intenta parecer fuerte; lo es. No necesita fingir que nada pasó. Desde esa serenidad, nos enseña que resistir no siempre es gritar: a veces, es respirar hondo, callar un rato y dejar que el corazón sane. La reaparición de Shenka no marca el regreso de un ídolo; marca el inicio de una nueva etapa donde el cuerpo y el alma se escuchan con más atención. Y ese gesto, en tiempos de agotamiento colectivo, es profundamente político.

En esa misma cuerda silenciosa que une fragilidad y fortaleza, Xava Drago, vocalista de Coda, sigue hospitalizado. Su recaída por cáncer gástrico no ha apagado su voz, aunque el cuerpo le imponga límites. Desde abril permanece en una batalla que no es visible, pero que ha sido acompañada con solidaridad. Su esposa, Ela Corez, escribió esta semana que está estable, aunque débil, y que lucha “mucho para salir adelante”. Y en torno a él, gira una comunidad activa que responde con conciertos, rifas, mensajes, abrazos virtuales. No es caridad, es reciprocidad.

Xava no habla en público, pero está presente. Su lucha también nos pertenece, porque su voz fue banda sonora de años intensos, de juventudes que se abrían paso entre solos de guitarra y letras cargadas de sueños. El rock, ese viejo pacto de energía vital, regresa como red de apoyo cuando la enfermedad irrumpe. Cada canción que hoy se entona en su nombre es un recordatorio de que lo vivido no fue en vano. No se rompe el hombre. Se dobla, sí. Pero sigue siendo vértice de un movimiento que no olvida a sus propios soldados.

Y en el otro extremo del mapa, Pedro Andreu atraviesa su propio umbral. El baterista español, legendario por su paso en Héroes del Silencio, llegó a México con la intención de volver a tocar en tierra amiga. Pero la altitud y el enfisema pulmonar lo detuvieron. Debió bajarse de la batería, respirar desde un tanque de oxígeno y aceptar lo que ningún músico quiere oír: no puede tocar, al menos no como antes. Sin embargo, Pedro no se esfumó. Estuvo en La Piedad y Guadalajara, presente, conmovido, mientras bateristas mexicanos tocaron por él. Su mirada, su emoción, su permanencia simbólica fue más potente que cualquier redoble.

Esa imagen —el músico sin instrumento, pero con presencia plena— quedará grabada en la memoria colectiva. No hay patetismo, hay verdad. Pedro no se rindió, aceptó. No desapareció, cedió. Como tantos otros, elige no romperse, aunque la vida lo doble. Su testimonio no clausura una carrera, la resignifica.

Y en medio de estas noticias duras, también llegan destellos de esperanza. Felipe de la Mora, baterista de Orkideas Susurrantezzz, compartió que va saliendo de la enfermedad que lo aqueja desde hace meses. Va recuperando fuerza, palabras, ritmo. Se le nota la pasión intacta. Y José Cruz Camargo, alma de Real de Catorce, también reporta mejoría tras años de luchar con la esclerosis múltiple que le robó la movilidad, pero no la poesía. Desde su trinchera, sigue componiendo, cantando, apareciendo cuando puede, resistiendo como lo ha hecho desde los años de luz y blues.

Todos ellos tienen algo en común: han sido figuras centrales de una época y hoy, en la madurez o el desgaste físico, nos recuerdan que la música no es eterna, pero sí su impacto. Que los cuerpos se agotan, pero el espíritu puede seguir al frente. Que el escenario puede ser un hospital, una sala de rehabilitación o una banca frente al mar, y que desde ahí se puede seguir haciendo historia.

Hoy, más que nunca, entendemos que se puede detener el ritmo, cambiar de tono, bajar la intensidad… pero nunca romper el hilo que une a estos músicos con su gente. Shenka, Xava, Pedro, Felipe, José: cada uno atraviesa un umbral diferente, pero todos nos enseñan lo mismo. El corazón puede fallar, pero la voluntad no. La voz puede apagarse un rato, pero no el eco.

Se doblan, sí. Pero no se rompen. Porque hay raíces profundas, canciones vivas y una comunidad que sostiene. Porque incluso en el silencio, siguen haciendo ruido.

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